El envejecimiento es un proceso heterogéneo, con grandes variaciones en los ámbitos de funcionamiento físico, social y psicológico de los individuos. Existen varios modelos de envejecimiento satisfactorios donde el objetivo central es lograr un alto nivel de funcionamiento en todos estos ámbitos de la vida. Sin embargo, aunque estos modelos se centran en fomentar los aspectos positivos del envejecimiento, no incluyen activamente los componentes de la adversidad.
Como cualquier etapa evolutiva, la vejez también supone retos y limitaciones que se han de tener en cuenta y probablemente los adultos mayores experimentan algún tipo de adversidad durante esta etapa, ya sea el deterioro de las facultades físicas o cognitivas, la pérdida de un ser querido o la disminución de las redes sociales. Por ende, dada la prevalencia de estas adversidades, los modelos de envejecimiento satisfactorio excluyen a una parte significativa de la población al postular que los individuos deben mantener un alto nivel de funcionamiento en todos los ámbitos mencionados anteriormente. Una alternativa que añade la adversidad a sus postulados son las teorías de la resiliencia, haciendo que el concepto de adversidad sea más accesible y se adapte mejor a la población que envejece.
El término resiliencia se refiere a la capacidad elástica de una sustancia. La aplicación de este concepto en los individuos sería la capacidad que tiene una persona de afrontar un problema. Las teorías de la resiliencia tienen en común la idea de que los individuos que consiguen superar la adversidad y mantener altos niveles de funcionamiento demuestran fortaleza. Debido al aumento de la esperanza de vida, las adversidades a las que se enfrentan los adultos también aumentan por lo que la resiliencia es determinante para el bienestar de los individuos. Además, este marco se alinea estrechamente con la «paradoja del bienestar» (Windle, 2011, 2012), que demuestra que a medida que las personas envejecen pueden experimentar niveles más altos de bienestar que en décadas anteriores.
En cuanto a las implicaciones para la salud pública de la aplicación de estas teorías, van desde la disminución de la carga de los cuidadores hasta el aumento de la productividad en el lugar de trabajo. Por lo tanto, será cada vez más importante utilizar la resiliencia como concepto de salud pública e intervenir mediante políticas para fomentar una mayor resiliencia aumentando los recursos disponibles para las personas mayores.
En conclusión, fomentar el bienestar frente a la creciente adversidad tiene importantes implicaciones para las personas que envejecen y para la sociedad en su conjunto. Asimismo, los conceptos de resiliencia y envejecimiento saludable no son mutuamente excluyentes y los individuos pueden fomentar ambos simultáneamente.
Autora: Berta Pujadó (psicóloga en prácticas de Centre de Dia Vincles)
Referencias bibliográficas
Cosco, T. D., Howse, K., & Brayne, C. (2017). Healthy ageing, resilience and wellbeing. Epidemiology and Psychiatric Sciences, 26(6), 579-583.